DESCARTES
La
filosofía moderna va a dar prioridad al acto de conocer como acto inmanente al
sujeto que configura radicalmente la realidad, a diferencia del realismo
filosófico, tanto antiguo como medieval, que considera el conocer,
fundamentalmente como acto del sujeto que se conforma a la realidad. Según el
realismo, la verdad consiste en la adecuación del entendimiento con la
realidad. Con Descartes cambia esta perspectiva: con el planteamiento crítico
cartesiano comienza lo que se denomina “realismo problemático” que pronto dará
paso al idealismo trascendental de Kant y, posteriormente, al idealismo
absoluto de Hegel.
La
filosofía de Descartes inaugura el periodo filosófico conocido como Modernidad.
Con Descares se plantean por primera vez una serie de cuestiones y problemas
que conformarán la columna vertebral de toda la filosofía hasta nuestra época.
El punto central de esta filosofía pasa por colocar a un sujeto pensante y
racional como pivote alrededor del cual debe girar todo.
1.
LA BÚSQUEDA DE UN PRIMER PRINCIPIO
A
este sujeto llega Descartes mediante una utilización sistemática de un método
que él dice haber aplicado a la resolución de problemas geométricos, y que cree
que puede servir para los problemas de cualquier disciplina. Básicamente su
método tiene cuatro pasos: no admitir como verdadero lo que no se vea muy claro
y distintamente que lo es; dividir los problemas complejos en partes más
simples; proceder ordenadamente partiendo de lo más simple para llegar a lo más
complejo; y revisar las deducciones.
En
sí mismo, este método es bastante simple y de sentido común. Es una precaución
lógica tener cuidado con qué se admite como verdad, intentando escapar de la
prevención y la precipitación en nuestros juicios. Por otra parte, resolver un
problema, por ejemplo, de física o matemáticas, siempre consiste en aislar las
partes que lo componen y reordenarlas de otra manera. En cuanto a la revisión,
Descartes la prescribe como modo para hacer todo el conocimiento lo más cercano
posible al conocimiento intuitivo.
Si
ahora se utiliza este método para poder hallar un primer principio del
cual pueda deducirse la totalidad del saber, resultará por la primera regla que
se debe dudar de todo. Descartes, de hecho, comienza dudando de todo lo que se
puede dudar. Pero en esto se muestra tremendamente riguroso.
Hay
que dudar de todo aquello que ha engañado alguna vez y eso incluye los
sentidos. Como el mundo físico, el de las cosas materiales, es conocido a
través de los sentidos, y, es más, a veces se hace difícil distinguir entre el
sueño y la vigilia, por lo que tendría que poner en duda la realidad. Ahora
bien, hay algunas verdades que son claras e iguales tanto estando despierto
como dormido, estas son las verdades matemáticas. Un cuadrado o un triángulo
son la misma figura tanto si la observo como si la imagino o me la figuro en
sueños. Aquí, Descartes establece que incluso hay que dudar de todo aquello
para lo cual se pueda imaginar una situación que pudiera engañar. Y es en este
punto en que Descartes imagina que si existiese un genio maligno tremendamente
poderoso dispuesto a engañar siempre que se pensara, también se podría dudar de
las matemáticas. No obstante, en esta situación en la que parece que ya se
puede dudar de todo, surge un primer principio absolutamente indudable y
es que si pienso (sueño, me engaño…etc.) existo.
Cogito
ergo sum (pienso,
luego existo) es el principio del que va a partir la filosofía de Descartes y
en torno al cual gira buena parte de la filosofía moderna. Puede que haya
engaño cada vez que se piensa, pero para pensar es necesario que se exista. A
este principio se llega a través de una intuición.
A diferencia de la deducción, que va paso por paso, desde unas proposiciones a
otras, la intuición es una captación inmediata, directa, de la verdad. “Veo”
que el cogito es un principio muy
cierto e indudable. Lo “veo” con tal claridad y distinción que se puede afirmar
que estos dos (claridad y distinción) son los requisitos de la verdad. Todo lo
que veo clara y distintamente puede considerarse verdadero.
Ahora
que ya se posee un primer principio, una primera verdad sobre la cual no se
puede dudar, se ha de intentar construir un sistema de conocimientos a partir
de ella. Pero aquí se plantea el problema. Aparte de que exista mientras se
piensa, de lo único que se puede estar seguro es de que se tienen ideas, esto
es, pensamientos. De lo que no se puede estar seguro, al menos de momento, es
de que esas ideas correspondan a algo.
Este
momento lo aprovecha Descartes para hacer una clasificación de las ideas. Por una parte las que parecen haberse
formado por influencia de exterior (caballo, árbol…etc.) por otra, las que se ha formado uno
mismo (por la unión de otras ideas, y a las que no parece corresponder ningún
objeto exterior, como las ideas de centauro o sirena) y finalmente, las que han
nacido con uno mismo y que no se sabe cuándo han aparecido o han sido puestas
en el conocimiento ( es decir, las que tratan de la idea de Dios o de verdad).
Descartes, a estas, las denomina innatas.
La
duda que ha planteado Descartes es
tan radical que sólo se puede salir
de ella apelando a un poder infinito. Descartes se siente, pues, obligado a demostrar la existencia de Dios.
Básicamente
son tres los modos que tiene Descartes de demostrar la existencia de Dios. El
primero es afirmando que, dado que se tiene una idea de Dios como un ser infinito,
omnipotente y omnisciente, esta idea no puede provenir de él –ya que no
tenemos esas cualidades- sino de algo en lo cual haya al menos tanta realidad
como la que existe en esta idea, es decir, de Dios mismo.
Un
segundo modo de llegar a la existencia de Dios aparece al comprobar que, del
hecho de que algo exista (incluso que yo exista), no se sigue que exista en el
momento siguiente. Por tanto, tiene que haber alguien que conserve en la
existencia y este sería precisamente Dios.
Finalmente,
Descartes apela al argumento ontológico.
Dado que se tiene una idea de Dios como el ser más perfecto y dado que la
existencia es una perfección, entonces Dios tiene que existir, de lo contrario
no sería el ser más perfecto.
Con
esto, Descartes ha sobrepasado ampliamente la tarea que se había propuesto, no
sólo ha demostrado la existencia de Dios, ahora también sabe cuáles son sus
cualidades. En Él se reúnen las más elevadas perfecciones y, por tanto, tiene
que ser necesariamente bueno. Ahora bien, si Dios es perfecto y bondadoso no
puede haberle hecho de tal modo que cada vez que crea estar en la verdad se
equivoque. Por tanto, el criterio de
claridad y distinción queda justificado. Todo lo que se vea clara y
distintamente se considera como algo verdadero.
2. EL PROBLEMA DE LA
SUSTANCIA
A
lo primero que se aplica Descartes es a determinar quién es, qué es ese ser que
existe al menos mientras piensa. Y llega a la conclusión de que es una sustancia
pensante. ¿ Qué es una sustancia? La definición que da Descartes es: una cosa
existente que no necesita más que de sí misma para existir. El problema es que,
de acuerdo con esta definición, sólo existe una sustancia: Dios. La idea de que
Dios sea la única sustancia tenía implicaciones religiosas que a Descartes no
le acababan de gustar. De modo que
establece una distinción.
Por
un lado está la sustancia infinita,
Dios, que sólo necesita de sí misma para existir. Por otro estarán aquellas
sustancias que sólo dependen de Dios y de ninguna otra cosa para existir, esto
es, las sustancias finitas. Ahora
bien, ve muy clara y distintamente que hay dos tipos de atributos totalmente
heterogéneos que se le pueden aplicar a las sustancias: el tener ideas y la extensión.
De acuerdo con cada uno de estos atributos habrá un tipo de sustancia finita.
La
sustancia finita pensante se
caracteriza por su singularidad, inmortalidad, capacidad para pensar o, lo que
es lo mismo: sentir, querer, desear, etc. La sustancia finita extensa es todo lo material y corporal,
lo caracterizado por tener anchura, profundidad, largura, peso, etc. De este
modo, la realidad queda constituida por tres tipos de sustancias absolutamente
diferentes.
Dios
queda como garante de que el criterio de claridad y distinción es un criterio
eficaz a la hora de discriminar lo que es verdadero de lo que no lo es. Pero,
por lo demás no vuelve a intervenir en lo que respecta al conocimiento. En
cuanto al mundo, es el encargado de darle un primer impulso con la creación.
Después se limita a mantener las leyes del movimiento, sin intervenir tampoco
activamente en lo que suceda con los cuerpos.
Por
su parte, el mundo físico queda reducido a una serie de cuerpos extensos que
interactúan conforme a leyes mecánicas. En él no hay ninguna finalidad, ninguna intención, ningún principio
vital (señalo aquí que, para Aristóteles, la physis, la naturaleza, era un organismo vivo. Con Descartes se
inaugura una concepción mecanicista de
la naturaleza). Los animales son para Descartes poco más que mecanismos de
relojería. De este modo, la naturaleza ha quedado dividida en dos esferas
totalmente distintas: la de los seres humanos con sus almas y la del resto de
seres vivos.
Pero
el ser human, a su vez, queda escindido en una dualidad difícil de remediar, el
famoso dualismo cartesiano. Por una
parte, los seres humanos son seres pensantes e inmortales, sustancias
pensantes. Por otra, son seres corporales y perecederos, sustancias extensas. Para
solucionar el problema de la relación entre ambas sustancias, Descartes apela a
un elemento intermedio, la glándula pineal. Aunque corporal, situada en el
centro del cerebro, sería en esta glándula donde el alma provocaría la
aparición de pequeños torbellinos encargados de trasmitir su voluntad al
cuerpo.
HUME
- LAS PERCEPCIONES
Para
Hume todo lo que se tienen son percepciones. Hay dos tipos de percepciones: lo que
él llama ideas y lo que llama impresiones. Una impresión es lo que
tienes cuando sufres un pinchazo. Una idea es lo que ahora recuerdas de aquel
pinchazo. La diferencia entre impresiones e ideas radica en la fuerza y
vivacidad de las primeras. En este ejemplo se ve muy claro cómo a una idea
le corresponde una impresión. La gran pregunta que se hace Hume es si se puede
decir lo mismo de todas las ideas que se tienen.
Se
posee una idea de lo que es un fantasma, que alguien haya visto algún fantasma
o no, ya es otra cuestión. Si alguien los ha visto entonces se pueden sacar
muchas conclusiones, como que existe vida más allá de la muerte. Pero si todo
el mundo ha oído hablar de ellos sin que nadie los haya visto, entonces carece
de fundamento la idea de fantasma. Esto, que vale respecto de los fantasmas,
vale respecto de la filosofía en general, ¿hay
alguna impresión correspondiente a las ideas de causalidad, de sustancia, de
yo, de existencia, de Dios?
La
parte crítica del sistema de Hume es verdaderamente demoledora. La idea de causalidad, por ejemplo, es
la idea de una causa, la cual produce de un modo necesario e inmediato un
efecto. Por ejemplo, un empujón deja caer una persona. Ahora bien, ¿se tiene
realmente una impresión correspondiente a esa idea?
Hume
analiza la naturaleza de la idea de causalidad y descubre bajo ella la impresión
de una conexión necesaria entre algo que se llama causa y algo que se llama
su efecto. A continuación investiga si realmente tenemos una impresión de esta
naturaleza. No obstante, según Hume, no tenemos nada que se parezca a una
impresión de conexión necesaria. Las impresiones son fugaces, pasajeras y
siempre distintas; por tanto, nada hay en ellas de conexión necesaria.
En
realidad lo único que tenemos es una serie de impresiones, la de alguien que
viene corriendo, se acerca mucho a otra persona y ésta segunda sale despedida.
No hay impresión correspondiente a la idea de causalidad. Si la hubiese sería
imposible engañar a los árbitros de baloncesto.
Todos
han visto ese partido en el que un jugador apenas roza a otro y el segundo sale
disparado, ganándose el primero la falta. ¿Por qué? Porque sólo tenemos una
sucesión de impresiones, pero no una impresión correspondiente a una
causalidad.
Es
la imaginación la que reúne esa sucesión de impresiones en la idea única de
causalidad. Dicho de otro modo, la causalidad es fruto de la imaginación, no
de algo que percibamos.
En
cuanto a la idea de idea de sustancia,
Locke ya mostró que no era más que una serie de ideas asociadas. Pero Hume va
más allá. Detrás de la idea de sustancia se fragua la idea de yo.
Supongamos
que más de una vez habrás dicho: “yo soy el que se va a ir al cine” o “yo sé lo
que quiero”. Pero ¿alguna vez has visto tu yo? Habrás visto tu cara, pero no tu
yo. Si tu cara fuese tu yo podrías decir: “mi cara sabe lo que quiere”. ¿Has
olido tu yo , lo has paladeado, lo has tocado? Pues entonces, tú no tienes una
impresión de tu yo. Puedes tener una idea o, mejor, un conjunto de ideas
ensambladas que llamas tu yo, pero no hay ninguna impresión que le corresponda.
El
yo es una idea abstracta a la que cuesta mucho trabajo llegar. Los niños
pequeños no comienzan a hablar diciendo “yo”. Al principio hablan en tercera
persona “el nene quiere…”, “el nene lo sabe”. La búsqueda de una impresión que
corresponda a esa idea está condenada al fracaso desde el principio. El yo,
dice Hume, es un mero haz o colección de ideas e impresiones, el punto de
intersección de las mismas, nada más.
“Pero
yo existo”, me dirás. Lo de la existencia también tiene lo suyo. Existir no
puede significar más que tener una impresión de algo. Esta mesa existe ahora y
aquí. Otra cosa es que siga existiendo cuando tú te vas. ¿Nunca se te ha muerto
tu mascota favorita y tus padres han ido como locos para comprarte otra que
fuese absolutamente idéntica? Para ti, tu canario o tu perrito seguía
existiendo después de eso.
Nada
nos garantiza que no ocurra lo mismo con todas las cosas que creemos que
existen cuando no tenemos impresiones de ellas. Después de esto, ya puede
apreciarse que la filosofía de Hume desemboca en un escepticismo radical. Más
tarde, será profundamente corregida por Kant y Mill. Según Hume, la creencia en
la existencia de Dios carece de todo fundamento.
¿Qué es un mito?
La palabra "mito" se usa hoy en muchos sentidos. En los medios de comunicación suelen usarlas con connotaciones varias y vagas. Tal vez esa misma vaguedad de sentidos explique su difusión. Si echamos un vistazo a las noticias de prensa o a los anuncios publicitarios encontramos el término en referencias diversas, calificando a un artista, una modelo, un lugar, una moto o un perfume, por ejemplo. A menudo alude a algo o alguien que parece en extremo fabuloso, seductor, impregnado de encanto, y acaso un tanto fantasmal y maravilloso, como de otro mundo y de dudosa realidad. Un "mito" es algo que impacta la imaginación popular y deja un rastro fascinante en la memoria. Por eso, conviene precisar su sentido y apuntar una definición de la palabra mito. Recurriendo a su etimología, "mito" proviene del término griego mythos, un vocablo si equivalente exacto en otras lenguas antiguas que los latinos traducirían más tarde por fabula. El caso es que mythos significaba originariamente en griego "palabra, discurso, relato, narración, fábula, cuento" con un sentido amplio que se concretaba según su uso en un contexto determinado. Más tarde, a partir de la época de la sofística, en la Atenas ilustrada del siglo VI a.C., mythos pasó a designar el relato tradicional, la narración figurada y dramática, opuesta al discurso razonado o al razonamiento, el logos. Esta oposición de mythos y logos resulta muy característica de la cultura griega.
Se tiende a oponer un tipo de razonamiento lógico, apoyado en el razonar preciso y estricto, con datos que remiten a la observación de lo real, propio de la filosofía y los saberes científicos y empíricos, a un "pensamiento mítico", que procede recurriendo a los mitos y que se muestra arraigado en esos relatos arcaicos y tradicionales. Se ha descrito el progreso de la filosofía en Grecia como un paso del mito al logos, es decir, como el paso de las explicaciones basadas en la autoridad tradicional de los mitos, que fueron progresivamente arrumbadas, a las precisas demostraciones fundamentadas en las razones de la experiencia y la argumentación lógica.
La propuesta de
definición de Carlos García Gual es bastante clara:
El mito es una narración
dramática y de origen tradicional, que cuenta la actuación decisiva de unos
personajes extraordinarios. Son los dioses y los héroes de la mitología griega,
cuya actuación memorable, realizada en un tiempo pasado y prestigioso, reviste
un carácter paradigmático. La narración mítica viene así a explicar – de un
modo imaginativo y simbólico, con esa forma dramática y sencilla- aspectos
importantes del cosmos y del mundo social. Los mitos pertenecen a la memoria
colectiva de un pueblo o una nación y se cuentan, de generación en generación,
como una herencia cultural decisiva para comprender y ordenar el mundo y las
instituciones básicas de la sociedad. Los viejos cuentan los mitos a los
jóvenes, los sacerdotes y poetas los custodian, y en las ceremonias se
recuentan o escenifican esos mismos relatos para todo el pueblo. La mitología
es una herencia cultural de primer orden y para todos".
Extraído de:
Mitos de Platón, Introducción de Carlos García Gual. Colección de Filosofía, ed. Siruela. Madrid, 1998.